Emmanuel Carrère: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Anagrama, 2018)

Texto de Toni Signes

Suceden casualidades increíbles que difícilmente pueden atribuirse al azar. Como recordaréis hace un par de semanas escribí un artículo sobre Trees de Warren Ellis, en éste comenté mis preocupaciones y dudas sobre la autenticidad de nuestra existencia y realidad. Tras acabar con Trees he empezado a leer Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, la novela biográfica de Emmanuel Carrère sobre Philip K. Dick. Durante toda su vida Philip también mantuvo continuas dudas sobre su propia existencia, sobre la realidad y sobre su relación con ésta.

¿Cómo no creer en la existencia de un organismo superior (dios, estado, subconsciente o entropía) que condiciona nuestras vidas? ¿Cómo no pensar, además, que éstas obedecen a un guión ya dado y conocido por todo el mundo excepto por uno mismo? Perdemos el control de nuestros pensamientos y emociones, y aunque intentemos razonar situaciones o entender problemas, parte de nosotros mismos bloquea cualquier mejoría creando grandes monstruos que nos superan.

En los últimos años de su vida Philip K. Dick confirmó la inoculación de información con parámetros de conducta por parte del estado mediante ondas de radio durante las horas de sueño. Lo compara con las cintas que compraba para aprender idiomas por la noche (como hizo Homer Simpson para perder peso subliminalmente en Los Simpson 3×23). Yo también utilice este recurso para preparar un examen cuando era un niño, me obsesioné en sacar un 10 y además de estudiar durante las horas diurnas sin descanso, grabé la lección en una cinta que escuchaba en un walkman durante la noche para seguir con el estudio, esta vez a un nivel subconsciente. Pese a sacar un 9,3 sobre 10 nunca me sentí tan decepcionado. Cómo llega Philip K. Dick a la conclusión del uso de las ondas radiofónicas para el control de la población no es fácil de explicar en unas líneas y ya lo hace brutalmente bien Carrère en su novela utilizando un estilo ágil y directo, que sorprende por su franqueza y la objetividad de lo narrado.

Dick sintió durante su vida una vacuidad vital que le llevó a dudar de su propia existencia (su vacío le ayudó a inventar mundos tan brillantes como los de sus novelas). En Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, Carrère relaciona cada novela de Dick con su situación personal en el momento de escribirla. Así, nos encontramos con historias auto-referenciales con personajes inventados que no dejan de ser representaciones de Dick y su familia o amistades. Por citar algunos ejemplos, En Ojo sobre el cielo (una de sus primeras novelas) se encarga de ridiculizar cada representación utópica que tiene de la sociedad diferentes personajes – un religioso, una moralista, una comunista…- Por lo visto el FBI le había pedido que espiase a su mujer en ese momento debido a su vinculación con partidos socialistas de EEUU, si habéis leído la novela podréis encontrar la relación entre personajes. En otra novela describe “con furia misógina” su relación con la que tras ser su amante provocó la ruptura con su primera pareja Anne: mientras que era una persona totalmente afectiva y cariñosa en su vida real, mostraba desesperación y rabia en sus escritos. Carrère se pregunta si estos escritos son un reflejo de la situación de su relación, anticipa los hechos que iban a suceder o fueron la inspiración para el comportamiento de su nueva mujer. En ¿Sueñan los androides con ovejas metálicas?, Philip K. Dick plantea una cuestión que será clave para entender sus pensamientos en torno a lo real y lo falso. Duda de su propia existencia, considera que puede ser un robot y que su creador podría haber introducido en su compleja maquinaria el programa necesario que le permite tener estas dudas. Si llora, es porque está programado para llorar y si el replicante da un grito de terror al descubrir su condición robótica, en qué momento puede estar seguro de no tener el código dentro de sí que le hará actuar así.

No quiero contar más de la novela y prefiero detenerme para destacar la influencia de la depresión en el pensamiento y escritura de Philip K. Dick. Debido al consumo continuado de anfetaminas y tranquilizantes desarrolló una fuerte depresión que le llevó a ingresar en centros de desintoxicación o a asistir durante años a distintas terapias psicológicas o experimentales. La depresión tiene mil caras, es poliédrica, salvaje y despiadada. Quienes la padecen sienten (sentimos) ganas de morir o desaparecer. La depresión anula nuestro entendimiento o nos los distorsiona. Por eso la obra de Dick adquiere un nuevo valor, para él fue una especie de válvula de escape, consiguió crear y plasmar su percepción del mundo, junto con sus manías y obsesiones, y de este modo controlar lo que escapaba a su razón y le permitió dar rienda suelta a su personaje interior, así como conocerse mejor. Gracias a la novela de Carrère he descubierto que en sus novelas reproduce sus obsesiones y manías, pero siempre encontraba la manera de darle una vuelta de tuerca a su historia y convertirla en una crítica ácida a su propia perturbación.

La depresión, la ansiedad y la paranoia como una de las bellas artes.

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