
Texto de Carles Llonch Molina
Esta semana me gustaría escribir sobre El libro del día del juicio final, una de las pocas novelas que pueden presumir de haber ganado el Hugo, el Nébula y el Locus. Su autora, la norteamericana Connie Willis, ha sido premiada en múltiples ocasiones. De hecho, tiene el honor de ser la escritora que ha recibido más premios Hugos de la historia (once veces).
Muchas de las creaciones de Willis se desarrollan en contextos que incumben viajes en el tiempo, lo cual es un escollo para mí pues personalmente es un tema que no me atrae nada. Mi problema es que me cuesta mucho obviar las paradojas que implican sí o sí los viajes al pasado, lo cual genera como una fuerza centrífuga que no deja de intentar expulsarme de la historia constantemente. Aun así decidí darle una oportunidad a El dia del juicio final pues pensé que las premisas eran atractivas y además le acreditaba un palmarés que entiendo que certifica un amplio consenso entre expertos, escritores y público sobre la calidad de la obra. Me equivocaba.
La novela parte de la idea de que en un futuro las universidades utilizarán el viaje en el tiempo para desarrollar estudios históricos. Willis ya utilizó este marco en uno de sus relatos anteriores, Servicio de Vigilancia parece ser que con bastante éxito. En nuestro caso, todo empieza en la universidad de Oxford, donde un equipo se prepara para enviar a la protagonista, Kirvin Engle, a visitar la Inglatera del siglo XIV. Entre los diferentes espectadores se encuentra el experimentado profesor Dunworthy, personaje coprotagonista, el cual discrepa de la seguridad de ese «lanzamiento».
Lo que de entrada parecía una mala idea (enviar a una historiadora a una época a la que nunca ha ido nadie sin hacer todas las comprobaciones pertinentes) acaba siendo una mala idea y las cosas se complican en ambos lugares/tiempo. Los capítulos van desarrollándose alternativamente en la Inglaterra actual y la de la Edad Media, pero en una misma sucesión temporal en un formato que le permite a la autora montar una estructura narrativa en crecendo.
Es muy difícil explicar de qué va la novela sin destapar acontecimientos. Lo sé por experiencia propia pues en la contraportada de la edición que tengo desvelan elementos de la trama cruciales, algo terrible solamente a la altura de los tráilers de película que te cuentan toda la historia. Este detalle no me ayudó en nada a disfrutar una obra que ya cogía con serios prejuicios, la verdad.
Tras el texto hay una reflexión sobre la humanidad y su actitud ante el sufrimiento. Defiende la idea de que no hemos cambiado y que tanto la mezquindad como el altruismo han sido opciones vitales en todas las épocas.
[Atención párrafo con spoiler] Estos sentimientos afloran en las situaciones límite en que el miedo y la irracionalidad aparecen, como en las epidemias. De hecho hay quien ha buscado un paralelismo a ciertos hechos de la trama con la aparición del SIDA, teniendo en cuenta que la novela fue escrita en 1992.
El libro del día del juicio final es una mezcla de novela histórica y de ciencia ficción. Si os interesa la historia en general o la Edad Media en particular seguramente habréis fantaseado con presenciar ciertos acontecimientos del momento. Kirvin va descubriendo a lo largo de la obra, con mayor o menor riesgo, qué tesis de los historiadores del siglo XXI son correctas acerca del Medievo y cuales no. Esa es sin duda una de las pocas partes fuerte de la obra.
Aunque la novela no trata mucho sobre Historia en mayúsculas si resulta interesante el esfuerzo de Willis por hacer verosímil el cómo sería la aproximación de un historiador ante el reto de pasar inadvertido en una época remota. El viajero lleva consigo sus conocimientos y muy pocos elementos tecnológicos escondidos en su propio cuerpo que le ayudarán, por ejemplo, a entender ciertas lenguas o a recopilar información en forma de diario.
Uno de los problemas que le veo al libro es que los personajes de la novela son esencialmente descritos como entidades éticas a veces casi arquetípicas: es una novela de buenos y malos. Eso por sí mismo podría ser algo menor si la aventura o los hechos narrados nos atraparan, pero este no es el caso.
Por desgracia tuve que hacer un esfuerzo para poder encontrar aspectos positivos. A la historia le cuesta demasiado arrancar, de forma claramente injustificada. Las primeras 300 páginas se hacen eternas y repetitivas, si bien es cierto que la cosa cambia un poquito después (eso si la contraportada no os ha fastidiado las sorpresas), allá por la página 520. Si tenemos en cuenta que estamos hablando de un tocho (780 págias) eso significa mucho rato esperando que suceda algo.
El ritmo, pues, no me ayudó a frenar esa fuerza centrífuga interior que me intentaba sacar del libro alimentada por los prejuicios que albergo sobre las paradojas intrínsecas que acompañan los viajes en el tiempo. Que Doc me perdone. Tampoco lo hicieron el gran número de incoherencias en las acciones de los personajes, así como los huecos argumentales que quedan sin resolver (¿dónde narices estaba Basingone?).
Para variar, esta es sin duda la primera novela sobre la que escribo que no recomiendo leer. Os ruego que si tenéis otra opinión me la hagáis llegar, pues no creo que mi juicio se haya nublado tanto simplemente por mi aversión a los viajes en el tiempo.
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