Luc Besson: Kamikaze 1999 (Le dernier combat) (1983)

Texto de Toni Signes

El lenguaje como construcción subjetiva de la humanidad está cargado de significado e intencionalidad. La lengua se utiliza como herramienta de poder porque define y estructura la comunicación entre las personas, se puede discriminar por cuestiones de género, ideológicas y culturales. Esto es así porque al construir el lenguaje desde la perspectiva de uno mismo el resultado siempre va a ser excluyente con el otro, sirva como ejemplo las lenguas que viven en entornos helados que tienen muchos vocablos para referirse al color blanco o a la nieve a diferencia de las lenguas de los países que no conocen la nieve. De esta manera, considerando relaciones de poder y sumisión, quien tenga el poder cultural (la capacidad para transmitir, generar y modificar un lenguaje) podrá definir lo que es dicho y lo que no, lo sencillo y lo complicado y qué se toma como referencia o no. Desde hace tiempo, la comunicación es un campo de batalla, las feministas (y otros colectivos activistas) intentan demostrar la obsolescencia del actual lenguaje y plantean nuevas estructuras y términos. Que se haya encontrado una oposición tan sangrante (e incluso punitiva, como la de algunos académicos desde su sillón en la RAE) demuestra la importancia de la lengua y cómo esta sigue teniendo un uso político y no sólo comunicativo. Por otra parte, el lenguaje está muy limitado al intentar convertir emociones físicas en palabras y es habitual encontrarse con un muro difícil de franquear.

En la película Le dernier combat (Kamikaze 1999 en España) de Luc Besson nos encontramos con un futuro distópico en el que debido a la contaminación nuclear atmosférica el ser humano ha perdido el habla. Contrariamente a lo que podríamos pensar tras leer la introducción al artículo, la sociedad no ha encontrado otra manera para expresar sus emociones que la violencia y el salvajismo. Quitar el filtro intelectualizador del lenguaje a las emociones no ha permitido aflorar a los buenos sentimientos, todo lo contrario, esta intelectualización servía como mediadora entre los deseos más viscerales de la humanidad y el conjunto de normas que rigen la actividad social. Al perder el habla, la sociedad ha virado a un estado neoprimitivo en el que la violencia explícita define jerarquías y las tribus no buscan la convivencia o la colaboración, únicamente desean la destrucción y sumisión del desconocido.

Además, tampoco hay mujeres.

En este mundo masculinizado por la guerra y la contaminación, se materializan lo que para mí son los tres pilares básicos sobre los que se apoya la perpetuidad del capitalismo: la individualidad, la rivalidad entre iguales y la tensión de verse envuelto en una atmosfera de violencia constante. Estas tres características de la distopia (y del capitalismo), confluyen en la soledad del protagonista (el hombre), el cual, desesperado por la falta de amor construye un avión e inicia un largo viaje en la búsqueda de éste. En otro artículo me gustaría hablar sobre el amor, más adelante. Así, tras abandonar el edificio de oficinas desolado que ha sido su hogar, el hombre inicia su aventura. Pese al caos y el salvajismo imperante nos sorprendemos al ver que el hombre se encuentra con un (el) doctor que le presta socorro y, además, ocupa sus días pintando un mural. No es tan extraño, el doctor sigue realizando prácticas artísticas (la única actividad cultural posible) y además, es el único que en esta distopía se muestra capaz de colaborar y cultivar la solidaridad.

Sin embargo, el doctor todavía nos tiene preparada más sorpresas que no voy a revelar en este texto.

Para acabar lanzo las dos preguntas que me planteé tras ver la película: ¿cómo serian las relaciones afectivas en un mundo apocalítptico? Me refiero en concreto al mundo de Kamikaze 1999 en el cual han sido los hombres quienes han provocado la debacle, y además, los que están gestionando salvajemente las relaciones de poder sin ningún tipo de oposición o alternativa. ¿Cómo sería la solidaridad? Tras ver la película podréis entender mejor la segunda pregunta. En casos extremos siempre queda la duda de si se debe esconder algo que por su propia condición está en peligro o es preferible cambiar los hábitos y costumbre que pueden dañarlo pese a la oposición (y violencia) con la que se encontrará durante todo el proceso.

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