Georges Franju: Los ojos sin rostro (1960)

Texto de Toni Signes

La ciencia-ficción y el terror son géneros que muchas veces confluyen para crear grandes clásicos como Alien, La cosa o Los ojos sin rostro, la película que me propongo reseñar esta semana. En este filme de Georges Franju, basado en un texto de Jean Redon, se cuenta la historia de un científico enloquecido por la culpa que quiere reparar a toda costa un accidente fatal del que se siente responsable y que desfiguró la cara de su hija. La peculiaridad de la película es que siendo una película de terror y ciencia ficción que la productora quería exportar a nivel europeo tuvo que lidiar con la censura de la época y para ello produjeron una obra totalmente nueva: no podían mostrar sangre en exceso ni tampoco la imagen del científico loco habitual o maltrato animal, así, en esta película se insinúa constantemente una tensión que nunca llega a cuajar, más que terror nos ofrece angustia y de este modo consigue un gran resultado, un profundo terror psicológico acompañado de una elegancia poco habitual en el género. El estilo de esta película es de una influencia innegable en Halloween (1978) de Carpenter o La piel que habito (2011) de Almodovar, por citar algunas. 

Y, centrándonos ya en Los ojos sin rostro, hay una frase en la película que me abrumó por sus implicaciones: “Por tu bien, siempre por tu bien, Christiane”. Es la frase que el doctor espeta a su hija para justificar porque hace lo que hace: el doctor se responsabiliza del accidente fatal que provocó la terrible lesión en la cara de su hija y para intentar restaurarla no duda en recurrir a cruentas artimañas con la ayuda de su enfermera-amante. 

Sin embargo, más importante que el accidente del que el padre se responsabiliza, sería necesario observar cuál es la carga sobre su hija en cuanto al hecho de ser padre en sí mismo. Porque la “inocente” frase con la que éste disculpa su comportamiento por la búsqueda del bien de la hija no es inocente ni mucho menos inofensiva. El padre está condenando a Christiane a formar parte de sus actos, de sus malas decisiones y además, acatarlas como propias. Si la hija acepta como buena la búsqueda desesperada de su bien por parte de su padre es condenada a la peor de las torturas ya que debe lidiar con su culpa y la influencia sobre ésta de su padre; en cierto modo, su padre relativiza los crímenes al condicionarlos a un bien superior, un bien superior que no sería tan solo la cirugía de la hija, si no la propia felicidad de la hija que lleva implícita el sacrificio que el padre ha decidido realizar por amor. Y es que su padre al reconocer que todo lo que hace es por su bien, le impide que reaccione de manera activa a estos actos, sólo le queda vivirlos de manera angustiosa ya que siendo por su bien no debe ni puede quejarse. Los crímenes derivan de una necesidad superior y es esta necesidad la que los justifica, su padre ha aceptado un gran sacrificio por ella.

De este modo, el padre descarga toda su maldad en su hija al asumir que ésta, por respeto al sacrificio que éste hace por ella, perdonará su acción y la apoyará porque está hecha “siempre por su bien”. ¿Y no es esto lo que hacen nuestros padres y madres, inconscientemente, con nosotros/as? En el entorno familiar es habitual escuchar algún lo hice por tu bien, y creo que no sería incoherente plantearse que lo que el progenitor considera como el bien de sus hijos/as no lo es tanto y que en realidad lo que busca es su propio bien del mismo modo que en la película: el doctor no actúa para curar a su hija, su motivación es expiar la culpa que le corroe por haber destrozado el rostro de ésta. Habría que ver qué han dañado nuestros padres que les obliga a actuar constantemente por «nuestro bien».

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