China Miéville: La ciudad y la ciudad (Nova, 2018)

Texto de Carles Llonch Molina

Hace ya un par de veranos entré en Gotham Comics, una librería especializada de Palma,  y aproveché para pedir recomendaciones de literatura de ciencia ficción a un trabajador que parecía entender del tema. Uno de los autores que me recomendó encarecidamente fue China Miéville, pero por desgracia no pude comprar más de lo que había ido a buscar porque tenía que volver en avión y necesitaba sitio en mi maleta para sobrasada y unas ensaimadas para mi madre. Valga este saludo como muestra de profunda gratitud por descubrirme a este autor.

Esta es la primera novela de Miéville que leo, y no creo que sea la última. Parece ser que en la misma se aleja de el perfil más explícitamente fantástico que le había caracterizado hasta el momento, donde abundan personajes mosntruosos y surrealistas. Galardonado y reconocido con diferentes premios literarios, China es además un académico de cuyas investigaciones han salido diversos ensayos, muchos de los cuales orbitan al pensamiento marxista. Su compromiso le ha llevado a estar inmiscuido en la vida  política del Reino Unido, llegando  incluso a ser candidato al Parlamento por el Socialist Aliance Party.

Al margen de la sugerente nota biográfica, según mi punto de vista se trata de una de esas novelas que optimizan la capacidad de la literatura como estímulo de la imaginación. Como un videojuego que aprovecha todas las capacidades de un ordenador.  La ciudad y la ciudad hay que leerla y cualquier experiencia aledaña no puede sino ser insatisfactoria.

Dicho esto, vayamos al grano. La novela empieza con un cadáver en un descampado. Nuestro protagonista, el inspector Borlú, narra la situación en primera persona y entre luces policiales y flashes de fotógrafos de la prensa, lo que nos indicaría que nos encontramos en una clásica escena de novela negra. Nada más alejado de la realidad, ya que el cadáver se encuentra en la ciudad de Beszel.  Y es que el escenario de la historia es casi el protagonista de la misma. 

Dos ciudades rivales, Beszel y Ul Qoma, tan incrustadas la una en la otra que son una. Éstas se sitúan en algún lugar indefinido de los Balcanes, en época actual. Se trata de dos ciudades estado de realidades económicas y políticas diferentes, cuya historia de confrontaciones ha desembocado en una burocracia esperpéntica.

Los ciudadanos de ambas tienen estrictamente prohibido no sólo interactuar, sino incluso mirar a cada objeto, espacio o persona que habita en la otra ciudad. Aprenden desde niños todo lo necesario para diferenciar qué es cada cosa y dónde está, para acto seguido «desver» aquello que no se encuentra en la propia ciudad.¿El problema? No existe una barrera física que impida tal interactuación. Existen zonas que claramente pertenecen a una o a otra, pero en otras se imbrican de tal modo que las calles e incluso las casas se alternan de manera irregular. ¿Y quien controla que eso se respete? La Brecha, una temida organización independiente a los dos gobiernos, rodeada del más profundo secretismo. 

A medida que la trama avanza, se añaden elementos antropológicos y políticos a ese caldo que le aportan una mayor complejidad. Dichos elementos van apareciendo poco a poco y se integran en la narración de tal manera que generan un ambiente ambiguo: por un lado ayudan a la credibilidad de esa obra de ingeniería de la imaginación, pero por otro dejan los suficientes cabos sueltos para que el lector acabe especulando con la naturaleza fantástica de ese mundo. Y esa mezcla es lo que hace el libro terriblemente atractivo, lo que Miéville denomina en una «evasiva superabundancia y/o especificidad». 

Al terminar el libro se te queda en el paladar su regusto por mucho tiempo. ¿Es «La ciudad y la ciudad» una gran metáfora? El mismo autor se apresura a negarlo en la entrevista que oportunamente acompaña la edición en castellano de Nova CF /Ediciones B. No hay nada parecido a una solución única al libro. Sin embargo también acepta que existen múltiples lecturas y posibles interpretaciones que quedan ya en manos de los lectores. 

Al margen de cómo se resuelven los cabos sueltos que quedan (en lo que respecta al pasado de las ciudades, el origen desconocido de sus rencillas o la existencia de objetos arqueológicos de tecnología avanzada) , los mismos ladrillos que construyen esta (para mí) distopía ya suponen un interesante caldo de especulaciones y debates jugosos. El choque entre las dos ciudades no se articula solamente en elementos fantásticos, sino en cuestiones políticas, económicas e identitarias reales que afectan a la Europa de principios del siglo XXI. 

Miéville hábilmente genera un contexto que en su gran mayoría podría ser pero el cual lleva un poco más allá, al terreno de lo distópico. Y esque es inevitable establecer vínculos con la crítica a las diferentes formas de estado que se dan en otras novelas del género de especulación distópica centrado en aspectos políticos y burocráticos transversales. 

Aun con todo lo dicho,  no hay que olvidar que la novela es  esencialmente de una historia policíaca que te arrastra de la  mano del inspector Borlú a recorrer las calles y las gentes de esta ciudad que en realidad son dos (quizás tres, cuatro o más) ciudades.

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