
Texto de Toni Signes
Esta semana he visto la película The incredible 2-headed transplant (traducción española: El increíble transplante bicéfalo), dirigida por Anthony M. Lanza en el año 1971 y que según he leído por ahí generó una especie de moda de monstruos bicéfalos en EEUU. Se rodaron más películas siguiendo con la idea, algunas de humor y otras de terror, pero no he encontrado ninguna referencia. El increíble transplante bicéfalo es una película de terror y ciencia ficción que utiliza los recursos clásicos del científico loco y del monstruo descontrolado.
La historia es muy sencilla, el doctor Girard es un científico loco que no se sabe muy bien con qué objetivos médicos (creo que resucitar muertos o aprovechar los órganos del cuerpo sin cabeza para transplantes) ha estado durante años experimentando con la combinación de dos cabezas en un mismo cuerpo. Estos experimentos siempre los ha realizado en animales en la intimidad de su hogar ayudado por un siniestro anciano con muy mala idea y acompañado por la inocente de su mujer, que nunca se ha preguntado qué hace su marido en el despacho adyacente a la entrada de su casa e ignora las atrocidades con los animales que se ejecutan ahí. Para el mantenimiento del chalet tienen contratado a un señor muy amable ayudado por su hijo retrasado. Paralelamente a los experimentos de Girard y su bucólica vida, Lanza nos muestra la detención de un tío enajenado que ha matado e intentado violar a una familia. Este señor es encarcelado en un centro psiquiátrico del cual consigue escapar y tras deambular erráticamente y de manera nada sorprendente, llega a la casa del doctor. Accede a su interior persiguiendo a la esposa del doctor y tras una serie de absurdos forcejeos es reducido. Por motivos que no voy a desvelar, el siniestro anciano con muy mala idea convence al doctor para que transplanten la cabeza del delincuente al cuerpo del retrasado. De este modo crean un esperpéntico monstruo bicéfalo y la película alcanza un clímax que francamente es bastante decepcionante.
En la película vemos que ambas cabezas pueden intervenir en las decisiones del cuerpo (más o menos, cada una “maneja” una mitad) y ambas tienen un deseo común: la esposa del científico. Para alcanzar este objetivo cada una ha desarrollado una estrategia diferente, el retrasado ha optado por ser obediente y complaciente, y el psicópata por el secuestro y la violación. Cuando las dos cabezas tienen que decidir juntas no hace falta que diga cuál es el resultado.
El conflicto de voluntades debida a la maldad intencionada de la cabeza del asesino y a la bondad de la del retrasado y la influencia del primero sobre el segundo puede compararse con la concepción básica de la moralidad: nuestro comportamiento moral se define por las decisiones y actos que tomamos, los hábitos aprendidos/impuestos y nuestro carácter inherente, es decir, lo interno y lo externo. La ocupación de un mismo cuerpo por dos personalidades representa la construcción social humana: los instintos naturales quedan supeditados a las imposiciones morales (religiosas o políticas), mostrando de éste modo la habitual contradicción entre éstos y aquellos. Mientras el retrasado intenta por todos los medios reprimir sus deseos (y al mismo tiempo, actuar correcta o, mejor dicho, normativamente), el psicópata se conduce sin ningún tipo de restricción y, además, arrastra al primero en sus actos. Ante la ejecución final del monstruo, debemos cuestionarnos quién es culpable de cualquier crimen cometido: si el retrasado que actúa forzado por el criminal, y por lo tanto, no dispone de libertad de decisión lo que le exime de cualquier responsabilidad moral sobre las acciones. O el criminal, que al verse imbuido dentro de un sistema económico, social y político que le es ajeno, también está condicionado en su comportamiento y privado de libertad de decisión, lo que finalmente nos hace concluir que tampoco sería posible exigirle ninguna responsabilidad moral. Desde nuestro punto de vista (el del público de la película) ambos actúan condicionados por factores externos y no deberían ser responsables morales de sus acciones, pero desde su punto de vista (el del hombre bicéfalo) ambos deben acatar sus propias decisiones morales de comportamiento y consecuentemente responsabilizarse de ellas, ya que en última instancia uno mismo no puede responsabilizar a nadie de una decisión tomada si quiere mantener su propia libertad, la cual perdería al enunciar una frase del estilo: “Yo no tuve otra opción”.