Bertrand Mandico: Les garçons sauvages (2017)

Texto de Toni Signes

Hace unos días vi la película Les garçons sauvages y me sorprendió muy gratamente; no sé si puedo afirmar, como la revista Cahiers du Cinéma, que sea la mejor película de 2018 pero es realmente buena. Es el primer largometraje de Bertrand Mandico, que hasta el momento había dedicado su carrera al cortometraje. Siempre que veo la primera película de un director recuerdo la infame opera-prima de Pedro Almodovar y no puedo evitar compararla con otras primeras obras de otros directores como Gus Van Sant, Godard o el propio Mandico. ¿Qué demonios pasa en este país? Aunque Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón me resultó infumable, me gusta el cine de Almodovar y La piel que habito me parece una joya. Lo que quiero destacar es cómo la infra-financiación y el poco apoyo del gobierno a la cultura, en todas sus vertientes, impone, por necesidad, una especie de revalorización de la precariedad en la producción artística nacional. Parece que si algo es parido desde lo precario debe ser tomado en consideración o que, todo proceso artístico, debe nacer desde la subsistencia. Esta actitud con la cultura provoca una sensación de eterno fracaso en los creadores, que nos vemos obligados a permanecer en el anonimato y la pobreza, además de tener que recurrir a otros trabajos para poder pagar nuestra producción artística ya que al no haber respeto por ésta, no existe manera ni circuito capaz de capitalizar tus ideas.

Retomando la película, Les garçons sauvages nos invita a un espectáculo onírico y alucinógeno. La historia sucede durante principios del siglo pasado y está protagonizada por un grupo de burgueses adolescentes que tras cometer un salvaje crimen son condenados a un viaje en barco con un siniestro capitán y su perro. Durante este viaje son pasto de la terrible ira del capitán, el cual les dispensará un trato terrible hasta que alcancen una isla de misteriosos placeres. Y es que la sexualidad es una constante durante toda la película, he leído por ahí que la definen como “intelectualidad porno”, nos encontraremos con primeros planos de penes y tetas y continuas referencias al sexo. Los adolescentes son interpretados por mujeres que juegan con el espectador gracias a su comportamiento andrógino y surrealista, en ocasiones violento y en otras plenamente erótico. La película ofrece una visión vacía de prejuicios sobre el concepto de género que intenta sorprender al espectador sobrecargando de sexualidad todos los elementos que aparecen en la película, por ejemplo, los adolescentes son obligados a comer una fruta similar a un coño o a beber de una planta con frutos similares a pollas. Me recuerda al libro Manifiesto Contrasexual de Paul B. Preciado, en el cual, el autor ridiculiza la imagen omnipresente del pene como herramienta sexual sugiriendo convertir todo nuestro cuerpo en un enorme dildo, es decir, en una herramienta cyborg susceptible de provocar y recibir placer. Así, la película se vacía de prejuicios y ofrece un camino de aprendizaje al espectador, un aprendizaje en el cual acompañará a las protagonistas en su juego de identidades y géneros.

Bertrand Mandico, con muy poco presupuesto, ofrece un sinfín de recreos visuales al espectador mediante un arriesgado uso de la imagen con cambios entre color y blanco y negro, sobreexponiendo la luz o combinando proyecciones y dobles exposiciones en un mismo plano. De este modo, nos empuja dentro de un sueño, o mejor dicho, a formar parte del delirio de otra persona. Y pese a integrarnos en una historia desasosegante y, en ocasiones, macabra, la película va narrándose calmada y pausadamente ajena al tiempo real del espectador, no importa que dure 2 horas o que durase 40 minutos, podría ser infinita y seguir contando lo mismo. Es un espectáculo visual que dinamita las nociones sobre sexualidad y género que se han impuesto desde la religión y canales conservadores.

Es posible que lo que sigue a continuación sea considerado como SPOILER, así que si tienes intención de ver la película te recomiendo que lo leas posteriormente.

En la película, el Dr. Sevérin(e) propone el cambio de género de masculino a femenino de los adolescentes burgueses como solución a su salvaje comportamiento. El doctor considera que las mujeres son menos violentas y agresivas. Sin embargo, podemos preguntarnos hasta qué punto la violencia no es inherente a las mujeres por su género y al revés, en qué nivel se encuentra la violencia intrincada dentro del espíritu masculino. He leído artículos que justifican, en base a un darwinismo social, que los hombres son más violentos por necesidades evolutivas que vienen de los tiempos de las cavernas. No obstante, creo que esto es una perezosa justificación que enmascara algo más grave: el sistema educativo que nos prepara para competir y luchar nos convierte en insensibles al dolor de los demás. El orgullo de clase impuesto por la burguesía desprecia al diferente y, tal como vemos en Les garçons sauvages, los adolescentes cambian de sexo, sí, pero siguen comportándose como lo que son: un grupo de niñxs malcriadxs y violentxs que recurren a la violencia y el asesinato para conseguir aquello que desean.

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