
Texto de Toni Signes
Hulk es un personaje que siempre me ha gustado pero no he sabido cómo empezar a leer. Es de los primeros personajes que crearon Stan Lee y Jack Kirby (en 1962) y tiene tanto recorrido a sus espaldas que se me hacía muy complicado elegir una serie para empezar a seguirle o incorporarme a la colección regular sin tener una contextualización previa. El año pasado Panini editó un Omnigold con la primerísima etapa del personaje de Lee y Kirby, me pareció buena manera de arrancar con él, pero estas historias, en su mayoría de experimentación con el protagonista, pese a ser buenas e interesantes son demasiado antiguas. Por suerte, la serie regular actual se ha reiniciado este mes con El inmortal Hulk número 1. No sé qué ha pasado con Hulk anteriormente, pero los nuevos autores de la serie regular nos permiten engancharnos sin demasiada dificultad a la colección facilitándonos unas pistas: sabemos que Bruce Banner ha muerto pero que su transformación en Hulk le mantiene con vida. A partir de aquí, Al Ewing y Joe Bennett narran una brutal historia de terror con un Hulk al que alejan del género super-heroico y del cual se sirven para exponer algunas cuestiones que me gustaría comentar.
En El inmortal Hulk se utiliza, por un lado, la figura del espejo para mostrar al doble, Hulk contra Bruce Banner. Hulk se posiciona frente a la normativa de comportamiento social representada por Banner, que por su parte, se cuestiona su propia autenticidad, o valor moral, frente al otro. Y también se expone y relativiza lo que llamamos ser bueno o malo, qué es lo que esto implica y dentro de qué límites funciona cada uno de estos apelativos. Tras leer el cómic podemos plantearnos cuestiones como si se puede que ser bueno/a buscando el bienestar propio sin importar las consecuencias de nuestro comportamiento o si sacrificar nuestro bienestar para solucionar problemas de nuestra familia nos convierte en mejores personas. ¿A qué obedece la bondad y dentro de qué límites actúa?
Michel Foucault explica en Vigilar y castigar los mecanismos de control que utiliza el poder para mantener su situación de privilegio. Afirma que la violencia extrema como castigo por parte del poder, es decir, la tortura y asesinato, sólo es efectivamente útil si la autoridad es totalmente eficaz en el resto de sus gestiones. Pero como no lo es y el pueblo observa otras injusticias, por ejemplo, una recaudación de impuestos abusiva con el que menos tiene, es probable que se cuestione la correcta aplicación del castigo físico para cualquier delito. De este modo, con la lenta evolución de la sociedad y para sortear esta problemática, que podría desencadenar en revueltas populares, los métodos de control del poder se vieron obligados a ser más retorcidos para ser funcionales. Foucault relaciona este cambio con el nacimiento del panóptico, construcción penitenciaria que permite observar sin ser visto. El uso del panóptico es una metáfora de la vigilancia en la sociedad actual y se refiere a las herramientas que nos controlan manteniéndonos lo más “libres” posibles, nos gobiernan simulando una sensación de libertad, que es ficticia a la hora de la verdad. Una consecuencia del panóptico es el autocontrol; no solo controlamos, por ejemplo, que nuestros compañeros y compañeras de trabajo realicen sus tareas sino que nos vigilamos a nosotros/as mismos/as e intentamos responder según lo que se espera de cada uno, es decir, que seamos “buenas personas”. De este modo, el deseo de ser buena persona se impone a nuestros deseos primarios. Como señaló Nietzsche anteriormente a Foucault, se reprime nuestro instinto animal (es decir, el instinto natural) para adecuarnos a una moralidad impuesta desde el exterior mediante la religión católica, la ideología capitalista o la institución familiar. Nietzsche se cuestionaba en qué condiciones se definieron los valores de bondad y maldad y qué valor tenían ambas por sí mismas. Para Nietzsche (y también Foucault), estos preceptos son definidos desde la perspectiva de la autoridad, y sólo los esclavos, resentidos o débiles las obedecen.
Hulk se posiciona por encima de estos imperativos morales y se erige como agente libre e inmoral, aquello que Nietzsche defiende en sus escritos. Rechaza la moralidad impuesta a los débiles y actúa según sus propias convicciones. Como vemos en este primer número no se puede ser bueno o malo, ambas posiciones son relativas, Hulk lo sabe y sólo desea aplastarlas.