
Texto de Carles Llonch Molina
Hoy voy a escribir sobre una de esas obras que cuesta descifrar por qué nos atraen. Se trata de la película soviética en 1986 Kin Dza-Dza! dirigida por el georgiano Georgiy Daneliya. No he visto más películas de este director pero esta fue su primera película de ciencia ficción la cual hizo ya con cincuenta años. En principio encarada para un público joven, no tuvo un gran éxito en su estreno, pero parece ser que con el tiempo fue convirtiéndose en una obra de culto en el ámbito de habla rusa. En 2013 se estrenó una versión animada para jóvenes, dirigida por el mismo Daneliya.
El argumento de la película de Daneliya es bien sencillo, pero su frescura estriba en gran medida en el tono general de la obra, donde lo humorístico roza al patetismo en un universo de estética post-apocalíptica muy alejada de la épica de Hollywood.
Vladimir Nikolayevich (Tío Vova) es un capataz de construcción que vive junto a su familia en Moscú. Cuando sale a comprar macarrones conoce a un joven llamado Gedevan, el cual le pide ayuda para lidiar con lo que parece ser un mendigo que va descalzo y divaga. Éste le pregunta por el planeta en el que están y les muestra un aparato que aparentemente le ayudará a volver a su planeta. Vladimir apreta un botón de dicho dispositivo por divertimento y, ¡sorpresa!, tenemos historia.
Nuestros terráqueos se ven transportados al instante a un desierto que confunden con alguno de la Tierra, pero nada más lejos de la realidad. Se encuentran en un planeta desértico llamado Pluke, donde pronto tiene la suerte de conocer a Be y Wef, la entrañable pareja de humanoides extraterrestres que les acompañarán en sus aventuras.
Los océanos se esquilmaron ya que el agua es utilizada como combustible, así que el desierto ocupa todo el planeta y sus habitantes se han trasladado bajo tierra. Aunque quedan tecnologías muy avanzadas de un pasado mejor, la leve estructura social de Pluke se muestra primaria, casi bárbara. La repetición de ciertas normas y ritos sociales ridículos son requeridos a todos los habitantes del planeta, dependiendo del grupo social al que pertenezcan.
Ese es básicamente el argumento, el intento de volver a casa de tío Vova y Gedevan y cómo descubren los entresijos de la hilarante sociedad de Pluke. Sin embargo, a la sencillez de la historia hay que sumar otros elementos que le dan profundidad a la obra.
Por un lado nos encontramos con una propuesta estética que aúna las características ya casi clásicas de un mundo post-apocalíptico con lo teatral y lo lírico. La ambientación está muy lograda, desde la banda sonora hasta la fotografía. Los vestuarios y los escenarios tienen el carácter post-industrial y punk que cabría esperar, andrajoso y lleno de polvo y óxido. Sin embargo, la ausencia de civilización en la superficie deja a los personajes casi siempre recortados por el fondo constante del desierto, lo cual ayuda a intensificar el extravío y desespero que sufren. Algo de teatral y humorístico hay también en la tecnología, superavanzada pero de un feísmo surrealista. La nave de Be y Wef es un buen ejemplo pues no parece para nada un transporte capaz de cruzar la galaxia, sino más bien la cabina de un batiscafo victoriano.
Por otro lado tenemos todo lo que se refiere a la cultura de Pluke, su estructura social, sus rituales y su lenguaje. Todo ello es hilarante, y le da ese característico sabor a la película. Para empezar, la sociedad se divide en dos clases: una dominante y otra dominada (chatlanians y pastaks). Lo que decide a que grupo perteneces no es nada más que un dispositivo de bolsillo en el cual se enciende una luz roja o verde. Y ya está. Si tienes la mala suerte de ser pastak estás marcado con el tsak, una campanilla que se debe llevar colgada de la nariz, pero no vivir de forma segregada.
Más allá de esos grandes grupos no hay mucha más estructura social, si bien existe un gran líder al que se reverencia y un cuerpo de policía que se supone mantiene el orden de una manera un poco caótica. Además hay niveles dentro de los chatlanians, expresado por el color de sus pantalones.
Otro de los detalles que me encantan es la lengua de los habitatnes del planeta. Como tienen cierta telepatía su vocabulario habitual se reduce a dos palabras genéricas: ko y kyu. La primera sirve para describir o expresar cosas y situaciones positivas y para saludar. La segunda para todo lo contrario. Hay conversaciones en que los actores hacen casi un trabajo de mimo para, mediante su cuerpo, aclarar al espectador lo que está sucediendo.
En fin, no quiero destripar mucho más de Kin Dza-dza! para que así podáis ir descubriendo sus entresijos si decidís verla. Para mí ha sido un grato descubrimiento, sobretodo por su retórica visual y su sentido del humor que la hacen tan especial y alejada de nada que haya visto antes en el cine de este género.
¡Koo!